El
hecho de que en pocas semanas vuelvo a España me ha motivado para
retomar el blog, que tenía dejado de la mano de Dios, de modo que me
he decidido y aquí estoy, con los dedos en el teclado y la mente...
bueno, esa no sé dónde la tengo.
Es
imposible contar en unas pocas líneas lo acontecido durante tantos
meses, por lo que, con su permiso, no me esforzaré en intentarlo.
Laboralmente,
mi contrato se acaba a final de mes, y no me lo van a renovar, pero
afortunadamente, después de casi tres meses de búsqueda, he
encontrado un nuevo empleo, al que me incorporaré justo después de
volver de España. Ya he firmado el contrato y las condiciones son mucho mejores que en el anterior, por lo que no me puedo quejar.
Por
otro lado, estoy también llevando a cabo mi sexta mudanza, para
vivir definitivamente con mi novia alemana, con lo que eso supone de
acarrear trastos, limpiar etc. Pero bueno, todo sea eso.
Hablando
de tener novia alemana, el hecho de emparejarse con una teutona
implica el tener que acudir a eventos familiares. La semana pasada
fuimos a Baden-Baden a celebrar el cumpleaños materno; eso me
permitió ver la ciudad, que es pequeña y coqueta, pero según la
jefa, es un poco aburrida. La celebración transcurrió bien, a pesar
de que el concepto de barbacoa con vino y no con cerveza no lo
termino de ver. Además, no se lo digan a nadie, pero la comida se
hizo en el patio y al principio hacía un poco de fresquete, por lo
que cuando me dieron unas sandalias ( todo el mundo en Alemania deja
los zapatos en la entrada ) no me quité los calcetines. Ahí lo
dejo, no vaya a ser que me retiren el pasaporte español.
Ya
por la noche, nos invitaron a ver una operette en un pueblo cercano,
que como espectáculo musical estuvo bastante bien, aunque no me
enteré de un pimiento. No sólo hablaban en alemán, sino también
en badisch, el dialecto de aquí, con lo que a ratos tenía uno que
poner el piloto automático para intentar prestar atención.
Este
último año ha sido para mi el más viajero, habiendo visitado
Holanda, Italia, Suecia y distintas ciudades de Alemania. En ellos he
visitado amigos, edificios que me interesaban desde el punto de vista
arquitectónico o simplemente periodos para descansar en la playa con
un buen libro, que de vez en cuando también hace falta.
En
cuanto a arquitectura, el viaje a Holanda fue realmente fructífero,
habiendo recorrido ciudades como Rotterdam, Amsterdam y Utrecht con
mi amigo Miguel, además de por supuesto Alphen, el pueblo donde él
vive. Allí descubrimos que rascando rascando, se puede encontrar un
bar abierto en un pueblecito holandés un domingo a la una de la
mañana. Lo que pasó después es secreto de sumario.
Volviendo
al tema, tuve la oportunidad de visitar, desde el Kunsthal de
Rotterdam, obra de Koolhaas, que tenía desatinos como el de colocar
un pilar en medio del salón de actos, tal y como se ve en la foto, o
la casa Schröder de Gerrit Rietveld, con WC con paredes
móviles incluido. No hay que olvidar el Ayuntamiento de Utrecht, obra del
admirado Enric Miralles, donde no sólo se amplía el edificio
existente, sino que además se crea una plaza muy coqueta.
Pilar en medio del auditorio del Kunsthal
Ayuntamiento de Utrecht
La
mejor experiencia arquitectónica que he tenido ha sido la visita a
la Biblioteca Municipal de Estocolmo de Erik Gunnar Asplund de
finales de los años 20. Una secuencia de entrada que comienza con
una rampa que comunica con un vestíbulo de techo muy alto, que nos
lleva hacia la escalera que finalmente nos deja en la sala de los
libros, circular, con unas proporciones magníficas, y en la que
saqué fotos de multitud de detalles. Los cambios de altura entre
unas salas y otras, marcan la transición entre espacios, aunque
quizá lo mejor es la grandiosidad del espacio central. Merece la
pena ir a Estocolmo para ver el edificio, porque la verdad es que las
fotos no le hacen justicia.
En el cementerio, obra de Asplund igual que la biblioteca, vimos como curiosidad la tumba de la actriz Greta Garbo.
Como
he dicho antes, a final de mes vuelvo a España, y no porque se me
haya acabado el jamón ( que también ) o que el verano en Múnich se
haya acabado ya hace semanas y nuestros días sean más bien
otoñales, sino porque va siendo hora de darle un gusto al cuerpo.
Eso no es óbice para que no eche de menos las birras de medio litro,
hecho que habrá que compensar a base de cañas de Cruzcampo.
He
estado dos veces en Italia, la primera en el Gardasee para los
alemanes, o Lago di Garda para los italianos, y la segunda en la
región de Abruzzo, bañada por el mar Adriático.
Estuvimos
en el Gardasee en Abril, y no puedo evitar decir que a 50 metros de
haber cruzado la frontera italiana, ya nos habían timado con el
cambio al pagar el peaje. Dicho lago es muy grande, y lo rodean
pueblos muy bonitos, de los que visitamos unos cuantos, como Sirmione
o Peschiera, por ejemplo. Eso sí, está todo lleno de alemanes y la
verdad es que se desconecta poco.
Ya
en junio, fuimos a pasar dos semanas a un pueblecito de Abruzzo
llamado Montesilvano, que está justo al lado de Pescara y donde
hasta los cuervos pasan de largo. Teníamos habitación en un
apartahotel, en el cual nos torturaban cada noche con sus
“espectáculos” musicales que se escuchaban desde todas las
habitaciones. Lo mejor es que teníamos playa privada, con su
chiringo, sus sombrillitas, sus subsaharianos vendiendo productos de
imitación, etc. El paseo marítimo del pueblo era más estrecho que
el pasillo de mi casa de 38 metros cuadrados, y se daba la extraña
circunstancia de que en los fines de semana de junio los chiringuitos
de la playa y el paseo estaban cerrados, con lo cual , aparte de dar
con mi gozo en un pozo, me llevé una desagradable sorpresa.
Tuvimos
la oportunidad de visitar unos pueblos bastante bonitos como
Pacentro, atravesando carreteras comarcales terribles, donde hasta
las cabras tendrían que ponerse voltarén en las pezuñas.
La
mejor visita de aquel viaje fue la última noche, que pasamos en
Ferrara. Es una ciudad que merece la pena visitar, porque te
trasladas a una época durante unos segundos, hasta que un ciclista
te pisa el pie con una rueda, y otras cosas por el estilo. Muy
recomendable.
En
cuanto al trabajo, mis compañeros siguen tan simpáticos como
siempre, y derrochando simpatía a raudales. Suerte que tengo a mi
compañera catalana, con la que todo es mucho más fácil. Puedo
afirmar con rotundidad que los alemanes no son robots adictos al
trabajo, sino que tienen capacidad para tocarse las pelotas como
nosotros o incluso más. Eso sí, lo hacen más eficientemente que
para eso son alemanes. Lo mejor es aprender de las cosas que hacen
muy bien en el trabajo, que son muchas, para poder aplicarlas en el
futuro.
Para saber más sobre el sistema alemán he comprado libros de Projekt
Management y un atlas de proyectos para familiarizarme lo más rápido
posible con la normativa y poder trabajar mejor en los
proyectos. Hay que cambiar el chip con respecto a España, porque
aquí los procedimientos no tienen nada que ver, aunque muchas veces
no son mejores, sino todo lo contrario. Hay que currar mucho porque
aquí ni te regalan nada ni se atan los perros con longaniza, y más
en Alemania, donde todos hablan muy raro.
En
fin, espero no volver a tardar tanto en escribir en el blog, y pueda
escribir en él más regularmente, en el caso de que alguien siga
interesado en leerme. Este año, septiembre y octubre vienen con una
vuelta al cole bastante movidita, trabajo nuevo, mudanza,etc. Pero
bueno, suerte y al toro.