viernes, 16 de agosto de 2013

Salzburgo, la ciudad de Mozart y de Red Bull

La semana pasada decidí que a pesar de la incertidumbre que tengo en el plano laboral, debía relajarme y disfrutar de vivir en una ciudad que ofrece tantas posibilidades como Múnich. Paradójicamente, lo que pensé fue en dedicarme a visitar sitios que están fuera de la ciudad.
Para el primer viaje decidí probar con Salzburgo, ciudad austríaca pero a la que se puede llegar por un precio muy económico gracias al Bayern-ticket. Es una oferta similar a la que utilicé para visitar Hannover desde Göttingen. Me habían hablado muy bien de ella y no quise darle más vueltas, ¡a Salzburgo!
Esta ciudad pegada a la frontera con Alemania es la patria chica de Wolfgang Amadeus Mozart, hace algún tiempo ya, y en la actualidad es la sede de Red Bull, esa bebida de repugnante sabor que se supone que te da alas, aunque a mí sólo me da arcadas. (¿se imaginan en el anuncio? ¡Red Bull te da arcaaaaadas! )
Lo primero que hice fue sacarme la Salzburg Card, que por un módico precio te permite no tener que preocuparte más por lo que cuesta entrar en ningún sitio de la ciudad. A partir de tres museos que veas, ya la has amortizado, ya que por ejemplo la visita a la Fortaleza Hohensalzburg costaba la friolera de 11,50 euros de vellón, con lo que al final te sale a cuenta.
Dicha fortaleza fue lo primero que visité por la mañana. Es el típico castillo ubicado encima de una montaña, dominando la ciudad y el paisaje circundante. Se accedía mediante un funicular bastante curioso, que permitía tener unas excelentes vistas y hubiera sido interesante sacar alguna foto o video del recorrido, pero como estábamos igual que sardinas en lata, me fue imposible sacar la cámara, y si hubiera podido, no habría podido inmortalizar más que un puñado de sobacos agarrados a una barra.




Es castillo en sí, pues era eso…un castillo. Con sus torreoncitos, sus ventanitas, y toda la parafernalia habitual. Dentro estaba el típico museo que enseña algunas estancias especiales y una exposición sobre el Regimiento de Infantería Reiner, del ejército austrohúngaro. Después, me pensé si bajar andando hacia la ciudad o tomar de nuevo el funicular. Después de pensármelo una décima de segundo, me decanté por la segunda opción.
Como curiosidad, visité el museo Panorama, que ofrecía una exposición sobre la familia von Trapp, los de “Sonrisas y lágrimas”, ya que ellos vivían en Salzburgo y la película también fue rodada aquí. La verdad es que Julie Andrews es bastante más mona que la María von Trapp de verdad, para que les voy a engañar, y el Capitán parece en las fotos que mide metro y medio, nada que ver con Christopher Plummer. Este hombre en la realidad, fue comandante de submarinos en la primera guerra mundial, y tuvo la mala suerte de que al final del conflicto se disolvió el Imperio Austrohúngaro y su país perdió todas las salidas al mar que tenía, por lo que claro, ser marino en un país que no tiene agua más que en los grifos, tenía el mismo futuro que un diseñador de moda en Somalia.
Fue muy interesante la visita a uno de los dos museos de arte contemporáneo de la ciudad, el Mönchsberg. El que yo vi estaba en una montaña pero se entraba por la puerta que se ve en la foto, quedando lo que es el museo propiamente dicho, en la cima. Se accedía por medio de un ascensor dentro de una cueva. El edificio era la típica cajita blanca de cristal, con algún detalle interesante en el interior. Las exposiciones tampoco estuvieron mal, sobre todo un video en el que aparecía trabajando el pintor Hubert Scheibl, cuya obra era objeto de una exposición temporal.




Las calles de Salzburgo son las de una típica ciudad germana, parecida a las que he ido mostrando en este blog en los últimos tiempos. De vez en cuando te encontrabas con jardines magníficos, como el de la foto, o recorridos estimulantes, como el cruce del río a través de una pasarela peatonal.




Lo último que visité, ya reventado de tanto andar, fue la casa en la que vivió Mozart durante unos ocho años. Nunca me han hecho mucha gracia este tipo de sitios, porque no me parece que tenga ningún interés ver la escupidera en la que el artista hacía sus “cositas”, o sus vasos de duralex ( durrrrralex en alemán ). En esta ocasión, lo que más había eran retratos suyos y cuatro tonterías más, para que nos vamos a engañar, con lo que mi estancia allí fue más bien corta.
Al final, regresé a la estación hecho polvo de tanta caminata, y pensando en el próximo destino, bueno, en eso y en ir al baño, la verdad. Eso sí, la experiencia ha merecido la pena y repetiré, sin duda alguna. 


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