viernes, 19 de julio de 2013

De libros y viajes

Me encantan los libros. Regalarlos y que me los regalen. De siempre, lo que más me gustaba al hacer los preparativos para un viaje era la visita a la librería para comprar los ejemplares que iba a leer durante mi estancia fuera, sin importar aquellos que todavía estaban esperando en casa sin haberlos leído.

En la sala de espera del aeropuerto o en el propio avión, sentado en el suelo o en un cómodo asiento, en el momento en el que abría el primer libro sentía que empezaban las vacaciones. Ya en el destino en cuestión, nada mejor que terminar un día de ajetreo turístico con cerveza y lectura. De esa forma cayeron Madame Bovary en Londres, Guerra y Paz en Berlín, etc.. siempre asociando ambos elementos en el que quizá fuese el mejor momento del día.

Algo que siempre me gustó fue comprar libros en aquellos sitios que visitaba, y después no quitarles la etiqueta de la librería. De este modo guardaba un recuerdo mucho mejor que cualquier Puerta de Brandemburgo o Big Ben en miniatura de los que venden en las tiendas para turistas. Ya en casa, me gustaba sacar de vez en cuando el libro de la estantería y recordar dónde y cuándo lo compré, aunque suene un pelín sentimental.

Pero ahora no estoy de vacaciones. No porque esté trabajando, que ya me gustaría, sino porque no llevo en la maleta el billete de vuelta, cosa que no había sucedido hasta ahora. Sin embargo, procuro que el tema de los libros permanezca inalterable, quizá inconscientemente asociándolo con las vacaciones, con la diferencia de que el acompañamiento cervecil ahora es mucho más escaso por aquello del ahorro, pago de alquileres y viandas, etc.

Sea como fuere, el miércoles fui a comprar libros por última vez, ya que, aunque estoy haciendo lecturas en alemán para aprender el idioma, a veces necesita uno sentir que hace las cosas por puro placer y no por obligación o necesidad. Mis adquisiciones, a un precio bastante bueno, fueron “Corazón tan blanco” de Javier Marías y “Winter of the World” de Ken Follett, para seguir practicando también con el inglés.

Habrá que reservar un mínimo, aunque sea escaso, presupuesto para libros, quizá renunciando a alguna otra cosa. No creo que llegue al extremo de aquel personaje del que hablaba Walter Benjamin, que como no podía permitirse comprar libros, los escribía él mismo a partir de los títulos que veía en el escaparate de la librería.


Quizá pronto escriba una entrada sobre lo que he leído desde que estoy en Alemania, pero de momento lo dejo aquí, porque en breves instantes saldré a tumbarme en el césped, o a sentarme en un banco, acompañado de mi libro, porque hay cosas que nunca cambian.

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