El lunes empezó muuuy temprano. Después de conseguir cerrar la maleta, hazaña con
un mérito reseñable, fui a recepción a que me reembolsaran el depósito de las
llaves y me devolvieran mi carnet de alberguista. Grande fue mi sorpresa cuando
la criaturita que había en recepción me entregó un papelajo ( el carnet no sé
si por una semana o un mes, el mío es por un año y es de plástico ) y al leerlo
veo que pone el nombre y la dirección de un tailandés. El chaval me vio el
careto y seguramente se preguntó: “Aquí pasa algo” ( hago la traducción
simultánea del alemán al español ). Menos mal que el tailandés en cuestión
también venía al Goethe y lo arreglaron todo para que en la recepción nos
volviéramos a intercambiar los carnets. Empezaba bien el día.
Pero lo peor venía ahora.
Una maleta de 30 kg ( según decía la
báscula ) y 10 kg de mochila en la espalda me esperaban. En realidad el
albergue está del Instituto Goethe a unos 10-12 minutos andando, pero claro,
eso si vas descargado. Además otro detallito, en el que sólo reparé cuando las
manos se me empezaron a poner rojas: la mayor parte del trayecto era CUESTA
ARRIBA. Sí señor, cuesta arriba, con un par. Cuando llegué al Instituto, en vez
de una mascarilla de oxígeno que era lo que necesitaba, la amable chica de
recepción me devolvió mi carnet de alberguista, que en ese momento me importaba
un montón.
Después de que me dieran la carpeta
de bienvenida, me llevé otra sorpresa. No era suficiente con el examen que hice
hace un par de semanas por internet, aún había más. Ya sabía que tenía que
hacer una prueba oral, pero no me imaginaba que tuviera que hacer algo escrito.
Ya con el aliento más o menos recuperado, hice la entrevista, unos 15 minutos
respondiendo a un sinfín de preguntas en alemán, y de repente, la señora que
estaba conmigo marcó en la hoja de nivel un B1.2, que era casualmente lo que
había salido en mi prueba de nivel enviada por internet, y que era algo que yo
desconocía. Pero como todo trasdós tiene su intradós, después, al hacer la
prueba escrita, no me dejaron hacer la fácil, sino la de los niveles B2 para
arriba, con lo que ya se pueden imaginar las patadas que he debido darle a la
lengua de Goethe en los 20 minutitos que duró la prueba. Mañana por la mañana
me dirán el nivel que tengo asignado, aunque es muy raro porque yo los cursos
los he hecho de A1-A2, y, a pesar de haber visto un sinfín de películas en
alemán y haber mejorado un poco el oído, es posible que la razón sea que el
listón lo tienen un poco bajo. Ya se verá a partir de mañana.
Lo cierto es que el personal del
Instituto Goethe es muy amable y son bastante simpáticos, me imagino que estarán
acostumbrados a ver a mucha gente de todas partes del mundo. Por ejemplo, ahora
mismo hay en la sala común dos japoneses hablando por skype, uno de ellos
hablando a voz en grito, me imagino que pensando que no le entiende nadie (
excepto claro, el otro japonés que está al lado hablando con otra persona ).
El edificio está rodeado de zonas
verdes y es todo muy tranquilo. Incluso hay un arroyuelo con un puentecito para
cruzarlo.
Estas son las vistas desde la ventana
de mi habitación:
Las vistas son bonitas, desde una tercera planta, pero hay un inconveniente, ¿se acuerdan de la maleta y la mochila tan ligeras de las que hablé al principio? Pues sólo les diré tres palabras: no hay ascensor.
En fin, el martes empieza el curso y
se acaba el paréntesis de descanso para comenzar con mi nuevo trabajo: aprender
alemán.
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